Día Mundial de las Personas Refugiadas

Pongamos la situación de que mañana estalla una guerra en España y preferimos huir a morir aquí. Cogemos unas balsas, las primeras que encontramos, y salimos con quince latas de atún y cuatro botellas de agua. No sabemos a dónde vamos, solo que tenemos que salir de nuestra tierra. Navegamos, han pasado varios días, y de los doce que íbamos quedamos cuatro. Llegamos a tierra, por fin. Es Siria, un lugar con estabilidad económica, terrenos donde alojarnos y oportunidades laborales para las que somos personas cualificadas; sin embargo, somos inmigrantes, nos mandan de vuelta a casa y morimos.

A esta situación se enfrenta una persona en el mundo cada dos segundos: en lo que pestañeamos o decimos buenos días, alguien es obligado a abandonar su hogar, sus tierras y su gente, su trabajo, estabilidad, sus hijos o sus padres, por supervivencia.

Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) son más de 68,5 millones las personas que han salido su país de residencia: se han convertido en desplazadas. De ellas, 25 millones de ellos son refugiadas y la mitad tiene menos de 18 años. Además, hay alrededor de 10 millones de apátridas: personas a las que se les ha negado una nacionalidad y acceso a derechos básicos como educación, salud, empleo y libertad de movimiento. El 20 de junio es el Día Mundial del Refugiado, jornada para conmemorar su fuerza, valor y perseverancia, y recordar cuál es su situación y que no podemos mirar para otro lado.

¿Qué es ser migrante y qué es ser refugiada?

Es importante, recalca ACNUR, conocer la diferencia entre personas migrantes y refugiadas:

Migrantes: eligen trasladarse para mejorar sus vidas y buscan en otro país un trabajo, otra educación, o bien buscan la reagrupación familiar.  No existe una amenaza directa de persecución o muerte. La motivación principal esEn el extranjero siguen recibiendo la protección de su gobierno.

Refugiadas: huyen de conflictos armados o persecución. A menudo, su situación es tan peligrosa e intolerable que cruzan fronteras nacionales para buscar seguridad en países cercanos y, así, ser reconocidas internacionalmente como refugiadas, con asistencia de los estados, el ACNUR y otras organizaciones. Es demasiado peligroso para ellas el volver a casa y por eso necesitan asilo en otros lugares. Negárselo puede traerles consecuencias mortales.

Hemos llegado a un punto en que un campo de refugiados, donde viven entre carpas y raciones de comida y con escasez de medicamentos y posibilidades de recibir educación formal, se ha vuelto un país de habitantes que han tenido que huir del suyo, sin posibilidades de emprender otra vida. Es así que hay 10 millones de personas apátridas, es decir, que se les ha privado de nacionalidad y acceso a derechos básicos: 10 millones, lo equivalente a 100 campos de fútbol llenos.

Aunque la postura a favor de acoger refugiados la apoyan bastantes personas, sigue habiendo gente que está en contra de cumplir con los derechos humanos básicos. El individuo que decide que alguien vale menos que otro por su color de piel o su lengua, es alguien sin empatía a quien no le importa ver morir a una persona.

Como scouts debemos tratar de construir un mundo mejor. Somos la juventud que recuerda que no hay un planeta B y las manos que pueden entrelazarse para curar las heridas del lugar que vemos cada día. Aportemos nuestro granito de arena, o nuestros granitos de arena, y cambiemos estas cifras. Parar las guerras no es tarea fácil, pero cambiemos la manera en que prejuzgamos sin conocer para que así algún día los campos de refugiados no sean necesarios, para que no haya bombas que destruyan hogares: mejor banderas blancas ondeando en sus tejados. Debemos creer en un mundo mejor y crearlo; un mundo en el que todos y todas tengamos voz de cambio y donde la palabra prevalezca antes que la pistola. Para ello es importante educar y actuar.

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